La música electrónica ha logrado imponer sus propios códigos

REVISTA Desde los primeros clubes de Chicago y Nueva York, pasando por los ilegal raves en Inglaterra hasta los primeros atisbos de escena en nuestro país, la música electrónica ha logrado imponer sus propios códigos, ritos y fiestas que, a estas alturas, nadie duda en considerar como un definido campo cultural.

Made in Chile

A mediados de la década de los 90 los raves comenzaron a experimentar un leve padecimiento existencial. La triada: sorpresa, ilegalidad y extramuros, pareció definitivamente extinta. El espíritu original de las fiestas había sido subyugado por las redes de la industria cultural, dispuesta a fagocitar los contenidos y regurgitar nuevas fórmulas. En Chile, el primer germen electrónico fue inoculado por los hijos de retornados políticos, quienes, además de promocionar discos y estilos, contaban entre sus miembros con algunos connotados Djs, como Ricardo Villalobos, un destacado exponente de la escena house alemana y Alexis Délano, un versátil Dj de la movida neoyorquina. “Al principio fue novedoso, daba gusto observar que había chilenos que triunfaban en otras partes del mundo y que estaban dispuestos a transmitir su experiencia, pero como somos un país intelectualmente hostil no aguantaron mucho y se marcharon”, recuerda Dj Zikuta, fundador de Euphoria, el primer colectivo impulsor del movimiento electrónico nacional.

Un artesanal fanzine repartido en las fiestas y unos volantes fotocopiados, dignos ancestros del actual flyer, fueron los primeros medios con los que se intentó divulgar la presencia de una escena todavía incipiente. Con el término de las fiestas spandex y la aparición de nuevos colectivos como Distrito Distinto, Corriente Alterna y Frontera Final, los eventos electrónicos comenzaron a multiplicarse en recintos como La Feria, El Living y Casaclub.
La primera rave nacional la organizó el colectivo Euphoria en diciembre de 1995 y se llamó “los perros euphóricos”, en honor al recinto que los cobijó: la Ex Perrera del Parque de los Reyes. La intervención de un espacio con música y acciones de arte fue el vestigio postrero, aunque legal, de las primeras raves londinenses urbanas que se tomaron edificios y fábricas abandonados. Las raves de la Ex Perrera y las fiestas organizadas en Machasa (2002), una antigua fábrica textil, fueron los íconos de esta tendencia que buscaba resignificar los espacios de alienación producidos por el trabajo y la explotación -símbolos absolutos del dominio del capital-, en territorios donde cada cual podía encontrar su espacio en una atmósfera de total libertad, imposible de conseguir en el ambiente coactivo y determinista de las discos.

Lentamente se comenzó a allanar el camino para eventos de mayor calibre, como el Love Parade y la Earthdance, que llegaron al país como subproductos de sus homólogos europeos y casi en calidad de franquicia. El primero, un festival callejero urbano nacido en Berlín que recaló en el Parque Forestal de Santiago, confirmó para Dj Fat Pablo que “las raves, en un país tan austero como el nuestro, vinieron a suplir una necesidad de fiesta y carnaval masivo que nuestra cultura ha sido incapaz de promocionar”. El segundo, en cambio, expresó la progresión natural de una metamorfosis asistida. Fundado en 1997 por el músico electrónico Chris Deckker (Medicine Drum), el Earthdance supo canalizar las vertientes dispersas del movimiento electrónico en un único megaproducto, capaz de satisfacer la demanda de un mercado a todas luces pujante. “Con la aparición de los primeros productores las fiestas comenzaron a traer auspiciadores, lo que nos hizo despertar y pensar que realmente se podían ganar lucas pasando de la escena underground directamente al mainstream, es decir, la masa”, comentó Dj Zikuta, uno de los productores asociados a Earthdance Chile.

En rigor, el festival Earthdance mantuvo del formato londinense su apego a la campiña de la periferia urbana y el prototipo de feria instalado por los crusties, que los españoles denominaron reverbena. Lo demás: una mezcla de pequeñas unidades microcapitalistas como bares, puestos de ropas, restoranes, bazar de malabares, tiendas de tatuajes y la popular Expocannabis, junto a circuitos alternativos de filosofía oriental, yoga, servicios de masajes, zonas espirituales, ceremonias de salida y puesta de sol; además de una infraestructura de entretención con muros de escalada, un planetario móvil, rampas de saltos en skate, en un recinto con 5 piscinas y 25 hectáreas de áreas verdes, ubicado en las parcelas “El Oasis” y “El Trébol”, en Isla de Maipo. Todo por la suma de 25 mil pesos y con el gentil auspicio de cerveza Corona, Ballantines Go Play, radio Horizonte, Ron Don Q y El Mercurio. Un fenómeno que, a juicio de Dj Zikuta, no le resta méritos al evento puesto que refleja un aspecto sintomático de nuestra sociedad: “ el sueño aspiracional por pertenecer a un grupo de elite”. Aunque suene cool, demasiado cool, hay algo cierto: nadie quiere pasar por ñoño.


“Las raves, en un país tan austero como el nuestro, vinieron a suplir una necesidad de fiesta y carnaval masivo que nuestra cultura ha sido incapaz de promocionar”.

reportaje íntegro aquí
Revista Patrimonio Cultural
por Claudio Pizarro